miércoles, marzo 17, 2010

Laura 1



Había estado caminando algunas horas y necesitaba un lugar con calefacción (el frío vienés es, decididamente, violento). Visité la Stephanplatz, donde está la Catedral y luego la casa de Mozart (en Domgasse 5), que está a tres cuadras.
Estaba tranquilo y feliz en un cafecito, leyendo y escribiendo algunas cartas y tomándome un Schokolade o chocolate, en castellano. Iban veinte minutos de mi momento en soledad cuando una chica de otra mesa se acercó y en alemán me dijo que yo no era austríaco. Le respondí en el mismo idioma (mis
escasísimas herramientas me lo permitieron) y le dije que no, que soy argentino. Volvió a su mesa, levantó varios papeles y su abrigo y se sentó conmigo. En un castellano extraño dijo algo del destino, y casi desesperadamente me contó la historia de su vida, que en el Proceso su mamá se fue de Mendoza a Viena, se casó con un tal Ernst Läuder y que nació ella, que se llamaba Laura y que le pusieron ese nombre porque se escribe igual en castellano y en alemán. Que cuando tenía dieciséis años sus padres se separaron y su mamá y ella se volvieron a Mendoza y rápidamente a Rosario, donde estuvieron un par de años para después mudarse a Buenos Aires, a una casa en Villa Urquiza. Estudió Letras en la UBA (no terminó) y ahora vive en Viena con el padre; le pregunté si se llevaban bien y me dijo que sí. Pero que unos meses atrás, un chico de Graz ("el puto Ullrich", según ella), del que se había enamorado perdida y profundamente, la había dejado para volver con su ex novia, "una imbécil que no sabe diferenciar a Groucho de Karl Marx y que en su vida leyó a Simone de Beauvoir". Omití aclarar que yo diferencio a los dos Marx sin problemas, pero que todavía tampoco leí nada de Simone de Beauvoir. Laura tenía una pronunciación un poco extraña, pero manejaba las expresiones argentinas a la perfección, lo cuál fue, para mí, una bocanada de aire fresco y familiar en una ciudad cuyo idioma no domino en absoluto.

A la media hora de su monólogo biográfico e improvisado, me preguntó si era escritor, señalándome mi lapicera y algunos papeles. Claramente le respondí que no, que solamente estaba escribiendo algunas cartas, pero rápido y pasando a otra cosa me dijo que no importaba y que necesitaba que alguien leyera el soneto que había escrito el día anterior en el mismo café ("al puto Ullrich"), y que me permitiera corregirlo o ultrajarlo, porque según me afirmó, el arte no se modifica sino que se ultraja. Yo no sé si coincido mucho, pero la verdad es que el soneto no precisaba modificaciones ni ultrajes de ningún tipo; estaba perfecto así. Lo transcribo a continuación:



No hacía nada más que tomar vino
esperándote mientras nevaba
Y si oh, creyera en el destino
estaría desilusionada.

El café cerró sin tu presencia
yo me desvanecí en la avenida
Notable, cómo la indiferencia
está siempre de moda en tu vida.

Pero yo todavía te espero
y voy a esperarte eternamente
aunque no seas, claro, el primero

en enamorarme de repente
en colgar en mi puerta el sombrero
y en partir, fugaz y velozmente.



La acompañé a su casa, me dio su teléfono y un beso y yo me fui a caminar por el Ring antes de dormir, escuchando el Requiem de Mozart y pensando en ella.

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