viernes, febrero 07, 2014

Diecisiete andén





Estoy en Estocolmo. La estación de tren se llama Stockholms Centralstation, y tengo un pasaje de ida para ir a Gotemburgo.

Es lunes, dentro de un rato voy a querer cenar.

Igualmente, el viaje no es demasiado largo. La mochila es pesada y me cuesta maniobrarla, me siento a esperar en el andén.
Llega más gente, veo a una señora mayor. A mi alrededor nadie se inmuta, me paro y le dejo el lugar; la señora me dice algo que no entiendo y se sienta.

Miro el andén de enfrente, la plataforma dieciocho. Una chica que está sentada toma fotografías y me da la sensación de que está fotografiándome a mí.
Estúpidamente pienso si estaré presentable para la hipotética foto de una desconocida a la que no voy a volver a ver, nunca. De todas maneras no me alejo. Ella se ríe. Después fotografía a otra persona de su mismo andén. Deja la cámara reposando en su falda y mira hacia mi lado; al andén diecisiete. 
Creo que me mira a mí, no estoy seguro. Vuelve a reírse, quizás haciéndome cómplice de las fotos que saca sin que algunos se den cuenta. No es una turista, no está vestida como tal y tiene una cartera en lugar de una valija o mochila.
Yo todavía dudo si me mira a mí.

Muy cerca mío, escucho que alguien me dice:

- Ya sabemos quién es. Quédese tranquilo.

Inmediatamente me doy vuelta, tengo un hombre prácticamente sobre mí.

- Deje la mochila y salga de la estación. No trate de escapar.

Evidentemente se han confundido.

Respondo, pero el hombre no me escucha.  Insisto, pero él es claro.

Es argentino. Me habla desde hace un minuto y sólo ahora me doy cuenta.
Vuelve a ordenarme lo dicho y me informa que en el tren hay otros de los suyos con orden de eliminarme apenas baje.

Si dejo la mochila y voy con él, tendré la chance de un final honroso (me pregunto qué es un final honroso, qué final es honroso).
Suena la señal en todo el andén. La locomotora se acerca, encandilándonos. Mis iniciales planes de escapar van cada vez más despacio y finalmente se detienen, como los vagones del tren a los que sube el resto de los pasajeros.
Cuando quiero mirar a la chica que sacaba fotografías, como manera inútil de buscar ayuda, veo a otro hombre dentro del tren, que me mira.

Estoy seguro de que está tan confundido como el que me está apoyando un revolver en los riñones.