viernes, octubre 21, 2011

Anchoras y bacalaos



Que no, que no y que no.
Es que ella no sabe nada, qué va a saber… si con sus diecisiete años acaba de terminar el colegio.
Le he dicho ya miles de veces que yo ya lo he vivido, que ella no está aquí para descubrir nada. Vamos, que soy su madre.
Acaba de salir, me dijo que con su amiga Lola pero yo no soy ninguna tonta y sé que se va a encontrar con ese buscavidas, si es que se lo puede llamar así. Ya tiene veinticuatro años y no hace más que tocar la guitarrita todo el día, ¡menudos disgustos me va a dar! Si con deciros que el domingo por la mañana, en el mercado de Cabo de Palos, luego de salir de la iglesia, mientras compraba anchoas y bacalao lo he visto conversando con Cristina, la vendedora de naranjas, así tan animados los dos. Ya me diréis vosotros. Seguro que venían sin haber pegado ojo en toda la noche. Y es que se lo he dicho a Mercedes, y ella –que es tan maja, tan ingenua, tan adolescentemente adolescente -, como si nada. Que por qué los hombres no pueden tener amigas, me responde. ¡Y todavía lo defiende! Es que es de no creer.
Mercedes, mi niña: es que no sé cómo decirte las cosas. Ya lo he intentado todo. Los hombres están para hacerla sufrir a una. Llegan a tu vida, te casas, y como que no los controles se van de juerga por ahí, con alguna ligerita de estas que nunca faltan. Y si los controlas, pues lo mismo les da. Ya conoces mi historia con tu padre, el único hombre con quien he estado en mi vida. Años de sacrificio, de trabajo, de hacerlo todo para formar un hogar, y hala, a tomar por culo. Se fue casi con lo puesto con esa prostituta de la peluquera, y estarán viviendo en Segovia o en Madrid.
Mira hija, te he lavado y planchado tu ropa. Venga, levántate de una vez, que ya son las diez de la mañana.
Claro, esta ha salido anoche, se ha bebido hasta más no poder y aquí la tengo. Y no quiero ir al mercado porque tengo bacalao y porque no quiero cruzarme a ese tiro al aire conversando con la verdulera, joder. Que ya estoy de quedarme despierta esperándola a la Mercedes, y de verla que no se puede ni mover. Pero qué van a decir la Mary y la Elena, que viven aquí al lao y que sus hijos son todos universitarios, y las hijas están ya comprometidas. Pero qué dirán de nosotros.
Mercedes, mi cielo: ya lo has visto tú de nuevo. Este noviecito tuyo, que te ha dejado –porque no haces más que llorar encerrada en tu cuarto, que tampoco soy tan tonta- ya está paseando por el centro de la mano de la verdulera. Que no lo digo yo, que los han visto la Mary y la Elena ¿Es que no lo ves? ¿Por qué no me quieres hacer caso? Ya te pasará otra vez, porque seguramente volverás a enamorarte. Hija, escucha a tu madre, los hombres no son otra cosa que eso, son hombres. Llegan del trabajo, y se encuentran la ropa limpia, la comida preparada, el hogar saliendo adelante. Como si una no se rompiera el alma criándolos a vosotros. Siempre fue así, y siempre lo será.
Venga, levántate que ya es tarde.

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